Después de más de 40 años ejerciendo la medicina, puedo afirmarlo con convicción: muchas enfermedades pueden prevenirse. Y cuando se previenen, se curan antes de que aparezcan.
Algunas personas creen que ciertas enfermedades no tienen cura. Pero la ciencia ha demostrado lo contrario. La siclemia, por ejemplo, era una sentencia de muerte en la infancia… hasta que la edición genética permitió cambiar una sola letra en el gen HBB. Hoy, esos niños pueden vivir sin esa carga, y eso fue reconocido con dos Premios Nobel en 2018.
El cáncer, como el vitiligo, también tiene algo en común: lo mejor es prevenirlo. Una vez que se rompe el equilibrio del cuerpo, es más difícil restaurarlo. Pero si se actúa antes, el resultado puede ser completamente distinto.
Si participas en el protocolo y tengo el honor de guiarte, anticipo un éxito rotundo. No se trata solo de cremas o sesiones: se trata de observarte, comprenderte y ajustar cada paso a lo que realmente necesitas.
En mi experiencia, muchas enfermedades se originan antes de que una mujer sepa que está embarazada. En esos primeros siete días, las células comienzan a dividirse… y si no están protegidas, cualquier exposición a toxinas, radiación o licor puede provocar errores irreversibles.
Observar a un paciente, su respiración, su postura, su forma de hablar o de vestirse, puede darnos más pistas que cualquier examen costoso. Si a eso le sumamos una palabra de aliento y una conversación sincera, salvamos una vida. Y tal vez muchas más.
El vitiligo no es para siempre. No si decidimos actuar. No si lo hacemos juntos.